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EL DESAFÍO DE PETRO.

 



Por: Juan Camilo Betancourt Grajales - Abogado.


Actualmente, el gobierno de Gustavo Petro atraviesa uno de sus momentos quizás más críticos. El reciente Consejo de ministros, televisado y caótico, dejó al descubierto no solo las tensiones internas de su administración; sino también los desafíos de un proyecto político que prometió transformar a Colombia. A poco más de un año de las elecciones presidenciales de 2026, al país le asiste a una crisis que, más allá de lo anecdótico, dibuja problemas profundos de liderazgo, cohesión y ejecución.


El detonante sin duda alguna, fue el nombramiento de Armando Benedetti como jefe de despacho en la presidencia de la república, una figura polémica con un historial que incluye denuncias de violencia machista y señalamientos de corrupción. Este movimiento, interpretado como un acto de lealtad personal antes que de pragmatismo político, generó un terremoto en el gabinete, en donde Ministros emblemáticos como Susana Muhammad (Ministra de Media Ambiente) y Juan David Correa (Ministro de Cultura) presentaron sus renuncias, seguidos por otros como Laura Sarabia (Canciller) y Gloria Inés Ramírez (Ministra de Trabajo). La salida de estos funcionarios, algunos cercanos a Petro desde su época como alcalde de Bogotá, evidencia una fractura que trasciende lo administrativo: es una fractura en la confianza y en la visión de gobierno.


El Consejo de ministros, que debió ser un espacio de diálogo y coordinación, se convirtió en un campo de reproches y tensiones, en el cual las armas de batalla se ejemplificaron en las más de 100 promesas de campaña a la fecha incumplidas, mientras defendía a Benedetti con una firmeza que muchos interpretaron como terquedad. Por su parte, la vicepresidenta Francia Márquez, criticó abiertamente al presidente y a Sarabia, demostrando que las divisiones no son solo ideológicas, sino también de tinte personal, de tal modo que, este episodio, más que un simple desacuerdo, es el reflejo de la falta de cohesión que dificulta la gobernabilidad.


Sin embargo, esta crisis no es solo un problema de Petro; es un síntoma de los desafíos que enfrenta la izquierda en Colombia. El Pacto Histórico, la coalición que lo llevó al poder, da cuenta de los signos de desgaste y fragmentación, pues, la unidad que logró construir en 2022 alrededor de este grupo político parece desvanecerse, y con ella, la posibilidad de consolidar un proyecto a largo plazo.


Así las cosas, algo es claro, las renuncias masivas y el descontento creciente entre sus aliados sugieren que, sin un reajuste profundo, el gobierno podría quedar paralizado en un momento crucial para Colombia, en el cual la seguridad se ha opacado por el ego, firme enemigo de la empatía de las causas sociales mas dicientes de cada rincón de nuestra república que gubernativamente a hoy se aleja de su cualidad unitaria.


A pesar de todo, esta crisis también representa una oportunidad. Petro tiene la posibilidad de redefinir su liderazgo, reconstruir su equipo y enfocarse en prioridades concretas. La clave estará en su capacidad para escuchar, conciliar y, sobre todo, ejecutar. El tiempo se agota, pero la historia demuestra que incluso los gobiernos más turbulentos pueden encontrar un segundo aire si logran aprender de sus errores.


En un país marcado por la polarización y la desconfianza, el mayor desafío de Petro no es solo cumplir sus promesas, sino demostrar que su proyecto es capaz de superar sus propias contradicciones en el poco tiempo que le queda. La pregunta que queda en el aire es si este momento será recordado como el principio del fin o como el punto de inflexión hacia un gobierno más cohesionado y efectivo. La respuesta, como siempre, dependerá de las decisiones que se tomen en los próximos meses, ¿habrá algo mas en la baraja o se han agotado definitivamente las cartas?

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