Por: Juan Camilo Betancourt Grajales - Abogado.
Al finalizar este año 2024 hay algo que temporalmente se avecina, si, y es que, Colombia se aproxima a un momento crucial en su historia política: las elecciones presidenciales de 2026. Mientras los ojos del país se centran en la próxima contienda electoral, hay una verdad que pocos se atreven a decir en voz alta: la solución a los problemas que enfrenta nuestra nación no se encuentra en las promesas de los partidos tradicionales de izquierda ni de derecha. La verdadera transformación del país radica en algo mucho más profundo y necesario: la empatía.
Durante años, hemos sido testigos de cómo las etiquetas ideológicas, que dividen a la sociedad entre "los de izquierda" y "los de derecha", se convierten en una cortina de humo que impide ver las verdaderas necesidades de los colombianos. Las soluciones, desde la pacificación del país hasta la justicia social, no se resuelven con una fórmula ideológica rígida, sino con una visión clara y humana de lo que significa gobernar para todos, sin distinción de clase, raza o región.
Quien aspire a gobernar Colombia en 2026 debe entender que las fronteras ideológicas no son más que un obstáculo para la unidad y el progreso. Hoy en día, los ciudadanos no buscan un líder que les imponga un dogma político, sino a alguien que comprenda que la verdadera política no está en las promesas vacías, sino en la capacidad de conectar con las personas. Un líder debe ser capaz de mirar a los ojos de un campesino del Catatumbo, de un trabajador de la Bogotá popular, de un joven en Soledad que lucha por salir adelante, y entender que sus realidades son tan diversas como profundas.
La empatía, esa capacidad de comprender los dolores ajenos y actuar con base en esa comprensión, debería ser la piedra angular de cualquier proyecto político para Colombia. No se trata de ceder a los extremos, sino de construir puentes entre las múltiples Colombias que coexisten en nuestro territorio: desde la capital hasta las zonas rurales, desde las élites urbanas hasta los sectores más vulnerables. Es esta empatía, y no la adhesión ciega a una ideología, la que permitirá crear un verdadero pacto social entre los ciudadanos y sus gobernantes.
Este 2026, necesitamos un líder que no solo sepa leer las cifras, sino que también comprenda las historias detrás de esas cifras. Un gobernante que no vea la pobreza como un simple problema económico, sino como una herida social que requiere una solución integral, humanitaria y duradera. Un presidente que no se limite a las propuestas predecibles de la derecha o de la izquierda, sino que tenga el coraje de pensar fuera de los márgenes ideológicos y actuar en beneficio de la totalidad de la nación.
La empatía no es un concepto abstracto ni una herramienta de marketing político. Es, en su forma más pura, una llamada a la acción: la necesidad urgente de entender, escuchar y actuar con una perspectiva humana. Los colombianos estamos cansados de la polarización. Queremos soluciones reales, prácticas y con corazón. No necesitamos promesas partidistas, sino compromiso genuino.
Este es el reto para quienes aspiran a la Casa de Nariño: demostrar que más allá de las ideologías, existe un camino común basado en la empatía, el entendimiento mutuo y la voluntad de construir un país más justo y próspero para todos. Gobernar Colombia no es un juego de intereses ideológicos, sino una responsabilidad histórica de sanar, unir y guiar a todos los colombianos hacia un futuro mejor.
Porque al final, lo que realmente define a un gran líder no es su filiación política, sino su capacidad para ponerse en los zapatos del otro y trabajar incansablemente para mejorar las vidas de los que más lo necesitan. Solo entonces Colombia podrá avanzar hacia la paz, la justicia y la equidad que tanto anhelamos.