Por: José Octavio Cardona León - Representante a la Cámara.
En tiempos actuales, muchos actores políticos recurren a la burla, el bochorno, el escándalo, un modelo de comportamiento, pues desde su entendimiento, lo importante no es el fondo, ni la sustancia, es la forma y los likes que el acto les dispense.
La
falta de respeto se ha vuelto norma, en algunos casos, incluso con irrespeto y
desconocimiento del dolor ajeno, lo cual se ha convertido en un reflejo
preocupante de nuestra democracia.
Hace
algunos días, el Congreso de la República se convirtió en el centro de atención
nacional por una situación lamentable que se presentó en el recinto de la
Cámara, donde una madre adolorida, intentó agredir a un congresista que a su
juicio se había burlado de su dolor y la había revictimizado.
Este
tipo de episodios parecen captar más atención en redes sociales y medios que
los debates propiamente dichos, muchos de ellos altamente necesarios para el
progreso y el desarrollo del país.
No
hay justificación para actos de burla, mofa o chanza, con aquellas personas que
vivieron con horror el abandono del estado que les convirtió en
"delincuentes" o jóvenes muchachos que algunos sectores usaron para
dar resultados positivos en supuestas acciones militares que jamás ocurrieron.
Esas
acciones imprudentes remueven la herida y causan un dolor innecesario en
madres, esposas, hermanos e hijos, víctimas de una guerra que no cesa. Sean
uno, dos o mil, cada víctima merece respeto y más tratándose del que debe
dispensar una persona pública que oficie como Congresista.
Tampoco
se puede aplaudir que la respuesta al acto imprudente sea una agresión física
orquestada por una turba ideologizada.
Hablamos
de democracia, pero vivimos en un país donde pensar diferente parece un delito,
donde el dolor ajeno no se respeta, y donde demasiadas veces las respuestas son
golpes, burlas y actitudes egoístas.
Colombia
carga con una historia que muchos preferirían olvidar, pero que no podemos
ignorar, pues olvidar o ignorar son el primer paso para repetir, y créanme que
nadie quiere repetir esa barbarie.
Respetar
nuestra historia implica honrar la memoria de miles de desaparecidos, víctimas
de un conflicto absurdo. Una bota pintada, como símbolo, representa el derecho
a la memoria. No es un llamado a la violencia ni una provocación, sino una
forma de mantener vivo el recuerdo.
Nos
falta solidaridad. Nos falta humanidad. Nos falta respeto.
Es
hora de repensar cómo queremos construir esta democracia y qué legado queremos
dejar para las próximas generaciones. Respeto y empatía deberían ser el punto
de partida y adicional a ello se hace necesario recordar que una cosa son las
oposiciones políticas o ideológicas, pero por más que no pensemos igual NO TODO
VALE.