En
el ejercicio profesional y, especialmente, en el servicio público, es común qué
usuarios, clientes y funcionarios utilicen la palabra "Doctor" para
dirigirse a otras personas de un nivel académico relativamente alto. Esta
palabra se ha empleado como una forma de respeto, pero su uso se ha desvirtuado
con el tiempo.
La
palabra “doctor” proviene del latín doctum, que significa “sabio” o
“instruido”. En la antigua Roma, se usaba para referirse a quienes se dedicaban
a enseñar de manera sistemática, como jurisconsultos, profesores de letras o
artes, maestros de escuela, y entrenadores de artistas, gimnastas, gladiadores,
cocheros y soldados.
Hoy
en día, sin embargo, el término se utiliza de manera incorrecta para referirse
a personas en puestos de mediana o baja autoridad, sin considerar que, en la
jerarquía académica moderna, “Doctor” es un título que representa uno de los
más altos niveles de formación, alcanzable tras estudios especializados y
rigurosos, y que simboliza gran capacidad académica y conocimiento profundo en
una disciplina específica.
Personalmente,
me siento incómodo cuando me llamen “doctor” debido a mi profesión de abogado o
por ser funcionario público. Creo que esta palabra impone una barrera
innecesaria entre el ciudadano y el funcionario. Además, muchos servidores
públicos, influenciados por ese aire de superioridad que conlleva el título,
tienden a tratar con poca empatía a los ciudadanos que buscan asistencia en
asuntos de nuestra competencia. Como servidores públicos, debemos recordar que
nuestra obligación es servir a la comunidad.
Adoptar
un trato más igualitario y directo podría fomentar una relación más cercana y
respetuosa entre ciudadanos y funcionarios, eliminando las barreras
artificiales que estos títulos honoríficos crean y demostrando que estamos aquí
para trabajar en beneficio de la sociedad.
La
doctoritis en Colombia alimenta el ego de las personas que tienen cierta
posición social o trabajo, en ocasiones esta palabra no es acorde a las
calidades académicas de los ciudadanos, debemos de aprender a llamar a las
personas por su nombre y en el marco de algún encuentro formal por su profesión
u oficio.
Los
invito a que, si en algún momento nos encontramos en el camino que es la vida,
evite llamarme “Doctor” (Porque no tengo ese nivel académico), sino que me
llame por el nombre, debido a que me siento más a gusto y podemos generar un
vínculo más humano y genuino.