Por: Leo
Flórez Quintero
Recuerdo que, estando todavía muy pequeño, más o menos entre la edad de 9 o
10 años aproximadamente, escuché hablar por primera vez, de lo que eran las
brujas o hechiceras modernas. Recuerdo también que este era un tema tabú, por
lo que se guardaba cierto secretismo al momento de referirse al tema, evitando
lógicamente la presencia de menores de edad, para que estos en su curiosidad no
hiciesen demasiadas preguntas al respecto, por tratarse de un tema de conversación
adulta.
Volviendo a mi experiencia temprana, le escuché decir a un familiar, algo
como: “a ese señor se lo están fumando”. Es decir, alguien, con la
intención que fuese, había acudido a un brujo(a), mago(a), hechicero(a), con el
fin de que, mediante operaciones mágicas, elementos ritualísticos, pactos con
espíritus y entidades, modificar la conducta de dicho señor. En el eje cafetero
de los años 30, 40, más o menos, era muy común las casas de hierbas, pócimas y
de fuma de tabaco. Obviamente, no soy de esa generación silenciosa, soy un poco
más reciente, pero tengo datos, de mis abuelos y bisabuelos que mencionaron
estas actividades y en cierto modo referenciaron a los individuos que las
realizaban. Aclaro, que esas actividades, podrían remontarse en mucho, más allá
del tiempo. Es decir, las prácticas mágicas se pierden en las edades
primitivas. Pero para el caso, me refiero a lo que me fue transmitido por
tradición oral y a los testimonios que escuché de familiares y allegados, con
respecto al tema.
Sin embargo, definamos entonces, qué es eso de brujería. Se llama brujería
al: Conjunto de creencias, conocimientos prácticos y actividades atribuidos
a ciertas personas llamadas brujas que están supuestamente dotadas de ciertas
habilidades mágicas.
La brujería es una categoría amplia y heterogénea, condenada por las
religiones tradicionales y vinculada con el paganismo. Ha existido desde la
Antigüedad, aunque no necesariamente con ese mismo nombre, ni comprendida de la
misma manera que en la actualidad.
Es difícil saber cuándo empezó a usarse el vocablo “bruja” y su derivado
“brujería”, pues se desconoce su origen y hay razones para pensar que se trata
de una palabra con etimología prerromana, quizás celta o germánica. En todo
caso, el primer registro documentado de la palabra, escrita como “bruxa”, data
de la Europa del siglo XIII.
Aun así, la figura de las adivinas, hechiceras o encantadoras se remonta a
la Edad Antigua y aparece en numerosos textos literarios. Por ejemplo, en la
Odisea aparece la hechicera Circe, habitante en la isla de Eea, quien a través
de pociones convertía a sus enemigos en animales o les hacía olvidar su hogar;
y en otras obras la hechicera Medea, mujer de Jasón, quien tenía saberes para
la magia.
Hay relatos similares en el Antiguo Testamento bíblico, en el que el rey
Saúl consulta a la “bruja de Endor”. También registros de la práctica del “mal
de ojo” por parte de brujos y brujas en el Antiguo Egipto y en otras
civilizaciones mediterráneas y africanas, en las que eran comunes los
talismanes para prevenirlo.
En estos relatos ya se les atribuían a las brujas rasgos característicos,
como el conocimiento de las pócimas y hierbas, el don de la metamorfosis en
animales, la necromancia, la capacidad de volar (sobre escobas o convertidas en
buitres), la ingestión de alimentos extraños, generalmente partes de lagartos,
murciélagos o insectos, o incluso el canibalismo (especialmente el consumo de
niños pequeños) o el sacrificio ritual.
Durante el final de la Edad Media e inicios del Renacimiento la brujería
ocupó un lugar destacado en el imaginario de Occidente, ya que las
instituciones religiosas del cristianismo se dedicaron activamente a la
búsqueda y persecución de brujas, especialmente a través del Santo Oficio de la
Inquisición.
Acusadas de herejía, pactos demoníacos y práctica de las artes oscuras
(adivinación, necromancia, etcétera), muchas mujeres a lo largo de Europa y
América fueron sometidas a torturas y ejecuciones públicas, como quemarlas
vivas en una hoguera.
De semejantes cacerías de brujas, cuyo inicio ronda el siglo XIII y sus
momentos más frenéticos los siglos XVI y XVII, quedan registros importantes.
Por ejemplo:
Directorium inquisitorium de 1376, es el manual de inquisidores de Nicolás
Aymerich (1320-1399). En él se distinguen tres formas de brujería, a partir de
sus supuestas prácticas demoníacas.
Malleus maleficarum de 1487, es un exhaustivo tratado renacentista sobre la
brujería.
Démonomanie des sorciers, de 1580, del francés Jean Bodin.
La reforma protestante, lejos de poner fin a semejantes prácticas, las
asumió fervorosamente. Se estima que solamente en el sur de Alemania murieron
quemadas unas 3230 “brujas”, entre 1560 y 1670, y en Escocia solamente unas
4400 entre 1590 y 1680. 1
Como podemos deducir, después de conocer un poco, lo que implica el
término, brujo(a), Mago(a), hechicero(a), se podría concluir que fueron y son
personas con conocimientos específicos, en áreas muy concretas del conocimiento
de la herbolaria, la sanación y la manipulación por superstición.
La pregunta real que debemos hacernos modernamente es: ¿Existen personas
realmente dotadas con poderes sobrenaturales?, ¿tiene el ser humano la
capacidad de dominar los elementos de la naturaleza, la materia y la energía
para producir cambios en la realidad palpable?
Mucho se ha planteado desde el punto de vista científico y filosófico,
sobre este tema. Se habla de: “Mente sobre Materia” y en la actualidad,
existe un debate científico y filosófico profundo sobre la composición de
nuestra realidad física y las leyes universales que la determinan en su
estructura y funcionamiento. A tal punto que se proponen, teorías temerarias,
como la que sugiere que vivimos en una proyección holográfica (mente) que se
colapsa en una realidad palpable (materia).
Pero volviendo a las preguntas; el creer que se tiene la capacidad para,
mediante operaciones mágicas, uso de elementos ritualísticos, convocación,
evocación y llamado a espíritus y entidades y que todo esto en su conjunto,
determinen un cambio, transformación, modificación o alteración de la realidad
palpable. Este en realidad es el meollo del asunto.
Entonces tendremos que aventurarnos en un terreno especulativo, con mucha
información fragmentada, datos difusos y confusos, sin investigaciones serias
por parte de la ciencia y más soportada mayormente, en la fe ciega, en el
dogmatismo, la superstición, la sugestión inducida y la manipulación.
La conclusión es, o todos tenemos esas capacidades para transformar,
modificar y alterar la realidad. O nadie las tiene. O todo esto es posible, o
no lo es. O es verdad palpable y demostrable. O es un elaborado timo.
Si consideramos la primera opción, es decir, aquella en la que todos
tenemos la capacidad de moldear a nuestro antojo y capricho la realidad.
Entonces, ¿para que pedirle a otra persona que modifique lo que nos
pertenece como realidad? Bastaría con obtener el suficiente conocimiento de
como hacerlo y ponerse en la tarea hasta conseguirlo. Y en la segunda opción,
sencillamente nos anclaríamos en el escepticismo, en donde sencillamente damos
por sentado que nadie tiene tales capacidades y que, por lo tanto, esas
promesas de: “le regreso su ser amado”, “haremos que esté con usted para
siempre”, “alejaremos de su ser querido las personas que no le convienen” etc.
Etc. Son un engaño y estafa.
En la actualidad, hay mucho marketing publicitario en redes sociales, es
decir, es casi imposible que no recibas información con respecto a estos temas
que te estoy mencionando. Abunda la oferta de rituales, talismanes, y
operaciones mágicas para resolver tus problemas más difíciles.
¿Puede entonces la fe, depositada en otro con
conocimientos mágicos, transformar mi realidad? ¿Modificarla? ¿Alterarla? Ojo, las preguntas, traen un ingrediente que, sin tener
en cuenta, podría concluir erróneamente, sobre las tesis que estoy
planteándote.
Si crees que, con fe, todo es posible, el universo en
conjunto con sus leyes, opera en tu realidad, con ese y en ese sentido. Si, por el contrario, consideras, que esto, es imposible,
que ni tú, ni nadie tienen tales capacidades. Entonces, el universo en
conjunto con sus leyes, opera en tu realidad, con ese y en ese sentido.
En conclusión, la fe y la creencia firme en la posibilidad de modificar,
transformar y alterar la realidad, es la clave para lograr materializar (o
proyectar en el holograma) dicho objetivo.
El mago(a), la bruja o brujo, el hechicero(a), pondrán su conocimiento y
trabajo ritualístico, en el sentido y función de tus deseos cuando encargas un
“trabajo”. Pero será tu fe y tu convicción absoluta del resultado, además de tu
alineación, sincronización y armonización interna con el resultado, lo que
provocará que la realidad, por lo menos para ti, se modifique, se altere o se
transforme. Sin el ingrediente de tu fe y tu trabajo interno, la magia por
encargo no se da.
Por eso vemos personas de brujo en brujo, de mago en mago y de hechicero en
hechicero, a ver quién tiene el poder de resolverle, lo que el anterior le
prometió y no pudo, porque a lo mejor, o no tiene el poder que dijo que tenía,
o no tenía el conocimiento. Y si, ¡Bingo!, acá hay otra clave fundamental en
este tema. Conocimiento. Pero no un conocimiento aplicado a la
manipulación y sugestión negativa del individuo, sino al conocimiento enfocado
en la pedagogía y la formación de un criterio personal e individual que le
permita a la persona que encarga el ritual, que conozca y reconozca su propio
poder manifestador y transformador, que participe activamente del proceso de
manifestación y que asuma con responsabilidad las consecuencias de lo que
pretende modificar y alterar en su realidad. (Ojo, en la suya, no en la
realidad ajena).
A la magia por encargo yo la denomino, “sicariato espiritual”,
porque, anónimamente, le pides a otro que usando su conocimiento y poder,
cambie, altere, modifique o transforme, el comportamiento y realidad de una
persona que no ha solicitado eso, que no participa de eso y que ignora esa
transgresión maleducada a su libre autodeterminación y albedrío.
Esa injerencia grosera, sobre la autodeterminación y soberanía personal de
los individuos, esa violación flagrante de las leyes divinas, de los derechos
divinos, de los regalos divinos. Es lo que vicia la magia, (que considero que,
si existe, si opera y si produce resultados, pero en cada individuo) y la tiñe
de los colores en las que modernamente se clasifica. Toda operación mágica,
trabajo de hechicería, brujería, ritual etc., etc. Que pretenda violentar el
libre albedrío (regalo divino), la autodeterminación y la soberanía personal de
los individuos. Es magia “negra”. Magia egoísta, magia manipuladora,
controladora y, por lo tanto, violadora de las leyes divinas.
Y transgredir las leyes divinas, así como las naturales, acarrea
desequilibrios y los desequilibrios acarrean caos y el caos, trae confusión y
tragedia.
La magia empleada para el mal, para la manipulación o el control y el
dominio de la voluntad ajena. Ensucia nuestra alma, nuestra psique y deja una
impronta muy negativa en nuestra realidad.
Habrá hechiceros, brujos y magos que te tratarán de convencer, de que, no
pasa nada, de que no tendrás que pagar el precio y de que, con tal de
satisfacer tus caprichos y tus deseos más básicos. Todo se vale, si realmente
lo quieres conseguir. De esa manera, de pensar, sentir y actuar. Es que se le
vende el alma al diablo. Y más allá de que creas que existe o no. La ley de
causalidad funciona, creas en ella o no. Lo que siembras, cosechas.
El mal que haces a otros, tarde o temprano se te regresa.
¿Asumirás las consecuencias de usar la magia para satisfacer un capricho de tu
ego?
En verdad les deseo buena suerte a quienes siguen pensando que usar la
magia para manipular, controlar y someter a los demás no trae consecuencias.
Las trae y los marca negativamente por vidas enteras. Lo crean o no.
Leonardo Flórez Quintero
Angeloterapeuta/Taroterapeuta
Orientador Holístico/Asesor en Feng Shui.